En 1976 acudía con regularidad a la
Hemeroteca Pública de Oaxaca –entonces estaba en la planta baja del Teatro
Macedonio Alcalá por la calle de Armenta y López- leía un diario local –Carteles
del Sur- y dos diarios nacionales, uno de esos diarios era Excélsior. Yo ni había leído el directorio, me interesaba ver las notas
y algunos artículos de la página editorial –entre los editorialistas estaba en esos
años Valentín Campa -líder ferrocarrilero y comunista que había pagado con su
libertad su actuar al frente del sindicato de ferrocarrileros y su militancia
en el PCM-. Aprovechaba para entrar a la hemeroteca la escala que hacía en el
centro de la ciudad al salir de clases pasando el mediodía -iniciaba mis estudios profesionales- o acudía exprofeso por la tarde.
En el mes de julio de ese año no acudí a la
hemeroteca porque estaba de vacaciones y todo ese tiempo me regresaba al rancho
de mi papá a ayudar en los trabajos del campo. No supe sobre la salida del
director del diario Excélsior y más
de un centenar de sus compañeros cuando ocurrió. Me enteré al regresar a clases.
A los pocos meses vi en los puestos de
periódicos el primer ejemplar de la entonces nueva revista Proceso. Compré ese primer ejemplar y lo leí con avidez. Me enteré
de lo que había sucedido en Excelsior.
Y seguí comprando y leyendo semanalmente la revista por los años siguientes. El
primer ejemplar y subsecuentes los presté a mi primo Horacio que era estudiante
de sociología, no volví a ver esos ejemplares. Seguí leyendo la revista cada
semana. Por sus páginas supe parcialmente, diez años después, parte de lo ocurrido
en 1968. Me gustaba leer los extensos y documentados artículos de Heberto
Castillo sobre la industria petrolera y otros asuntos de interés nacional.
Desde la primera portada de Proceso supe que el director era Julio
Scherer García. De lo poco que él escribía en la revista me resultó muy interesante.
Su prosa directa. Su estilo de narrador, trascribiendo los diálogos con sus
interlocutores. Así me fui enterando de lo que sucedía en el país. La revista
que dirigió Scherer fue una de mis fuentes. Me di a la tarea de encuadernar
esas revistas que quedaron en la casa materna-paterna cuando terminé mis
estudios y partí a desarrollar mi vida profesional. No sé cuándo una de mis hermanas
o ambas se deshicieron de ese conjunto de revistas.
En alguna fecha de la novena década del
siglo XX me encontré con el libro La piel
y la entraña escrito por Scherer a partir de las entrevistas que le hizo a
David Alfaro Siqueiros en la cárcel de Lecumberri de la ciudad de México. Un
libro muy emotivo que muestra el alma desnuda del gran muralista preso en aquel
entonces.
He leído varios de los libros escritos por
el gran periodista que fue Scherer. Uno que tengo pendiente es Los presidentes. Lo leeré en la edición
próxima que ya incluirá textos sobre los últimos cuatro jefes del poder
ejecutivo federal.
Su libro Vivir me mostró a un hombre íntegro. Revela en éste algunas
situaciones personales. Entre otras relata su amistad con el profesor Carlos
Hank González, la amistad que era de ambas familias, y como terminó ésta al
pretender el político mexiquense entregarle como regalo un auto nuevo y de
lujo. Se acabó la amistad.
Puedo asegurar que el periodismo que hizo e
impulso Scherer me ha permitido conocer el extenso país que es México, lo
complejo de sus relaciones. Lo corrupto de sus políticos, de distinto signo
partidario.
Scherer también me mostró que un hombre íntegro
puede cruzar el pantano sin manchar su plumaje como dijo el poeta Salvador Díaz
Mirón:
Hay plumajes que cruzan el
pantano
y no se manchan... ¡Mi plumaje
es de esos!
El miércoles 7 de este mes, Julio Scherer
García partió para siempre. Nos queda su legado hemerográfico y sus libros. Un
buen homenaje a su memoria es leerlos.
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