El
señor de los sueños
El
prólogo está escrito por el periodista argentino, que publica regularmente en
diarios de EE UU, Andrés Oppenheimer. Dice él en el primer párrafo: “… creo que
Morales será el artista de fines de siglo XX y comienzos del siglo XXI que
pasará a la historia como el pintor por excelencia del alma de México…”. Sobre
la vida de este artista oaxaqueño, nacido en Ocotlán de Morelos, nos entregó
este libro la crítica de arte Martha Mabey.
Rodolfo
Morales nació en Ocotlán de Morelos, pueblo de los Valles Centrales de Oaxaca,
en la tercera década del siglo XX. En aquellos años el medio moderno de
transporte de este pueblo al resto del mundo era el ferrocarril. Ocasionalmente
aterrizó un avión en las cercanías del pueblo, esta anécdota forma parte de los
recuerdos de infancia que el artista platicó a la autora. Los sitios
principales del pueblo eran, y lo son aún, el jardín o plaza central, la
estación del ferrocarril –ya desaparecido-, la iglesia y el mercado, éste muy
especialmente los días de tianguis en que de las poblaciones cercanas acudían
sus pobladores –indígenas- a vender sus productos y proveerse de lo necesario
para la vida diaria.
Durante
su infancia Rodolfo, cuenta a la autora, que acudió a la escuela –su madre fue
maestra-. De esa época de su vida recuerda con especial interés los días de
mercado, por la cantidad de personas que concurrían al lugar y la variedad de
productos que se expendían. Recuerda la llegada del tren y el aterrizaje súbito
de un pequeño avión que ya no pudo despegar. El paisaje, llanuras extensas
rodeadas de montañas son el marco del pueblo, bajo un cielo azul intenso.
Poco
interés le despertó la escuela. No le atraía el trabajo de carpintería del
taller de su padre. Prefería recortar figuras, dibujar y asistir a la iglesia,
especialmente a las celebraciones dominicales. Su personalidad reservada y de
gustos un tanto distintos de la mayoría de los niños y luego adolescentes lo
llegó a señalar como “el tonto del pueblo”. Gustaba de preparar altares para
las fiestas religiosas, hacer papalotes para que los niños volaran al finalizar
el invierno cuando soplaban fuertes vientos. Sus preferencias eran distintas.
Vivía un tanto aislado.
En
su juventud partió a la ciudad de México. Con el apoyo de su hermano ingresó a
la Academia de Artes de San Carlos. Su propósito fue aprender a pintar y en
general aprender artes. También en esta academia fue identificado como
diferente, por no sujetarse a los cánones de la enseñanza que allí se impartía.
Él tenía su manera peculiar de aplicar los colores y de hacer los dibujos,
tenía su propia perspectiva.
De
San Carlos obtuvo las bases del arte clásico. Obtuvo una plaza de maestro de
dibujo en una escuela preparatoria de la Universidad Nacional y a esta enseñanza
se dedicó varías décadas. Fue allí donde conoció a su compañera de docencia y
luego amiga Ángeles Cabrera. Ella lo impulsó para dar a conocer su obra
pictórica al presentarlo con una galerista que le preparó su primera exposición
individual en una galería de Cuernavaca, a la inauguración fue invitado Rufino
Tamayo –pintor oaxaqueño también- quién otorgó entonces un reconocimiento a la
obra expuesta. Éste es el punto de despegue de la carrera pictórica de Morales.
Su obra fue bien recibida. Siguió otra exposición en la ciudad de México y
luego otras en otras ciudades. La ciudad de México también le brindó la
oportunidad de acercarse a otras manifestaciones artísticas como la música,
especialmente la ópera, el teatro e incluso el cine. De allí partió a viajes a
Europa y Sudamérica.
En
la cuarta parte del siglo XX, jubilado de la enseñanza de dibujo, se trasladó
para vivir en Oaxaca, la capital y su pueblo natal Ocotlán. Se alió con la
naciente galería Arte de Oaxaca que comercializó su obra y él se dedicó a
pintar. Con los recursos que iba obteniendo realizó una intensa labor
altruista. Ésta la hacía mediante la restauración de conventos y templos de la
época novohispana en pueblaciones del Valle de Oaxaca, iniciando por el
exconvento de Santo Domingo de su propio pueblo. Restauró casas, una de ellas
donde había vivido su infancia y sus padres rentaban una pequeña parte. Su
casona de Ocotlán también fue habilitada para brindar servicios de cultura a
los pobladores, especialmente a los niños y jóvenes. Allí también tuvo un
estudio que alternaba con el que tuvo en las cercanías del exconvento de Santo
Domingo de Guzmán en la capital oaxaqueña.
La
autora concluye su libro a finales del siglo XX. Rodolfo Morales falleció el 30
de enero de 2001. Trascendió al siglo XXI. Su obra, como señala Oppenheimer en
el prólogo, marca un hito en la historia del arte de Oaxaca y de México.
El
legado de Rodolfo Morales es su obra pictórica donde retrató a su pueblo, sus
mujeres y
casonas de arquitectura novohispana, sus llanos y montañas con su
cielo azul, el tren que llegaba regularmente, las novias voladoras que sueñan
como el soñaba su pueblo, un pueblo con sus perros de la calle como otros
pueblos de Oaxaca y de México. Queda también su labor de restauración, muchos
dólares que recibió por sus pinturas están invertidos en esas reconstrucciones.
Es Morales un ciudadano ejemplar.
En
el primer mes de este año concluí la lectura de este libro, la inicié hace
quince años -2001-, lo sé por el calendario que dejé como marcador de la lectura
en la página que leí hasta entonces. Después de tres mudanzas el ejemplar estaba tal como lo empecé. Tarde pero sin sueño.
Título:
Rodolfo Morales, el señor de los sueños
Autora:
Martha Mabey
Editorial:
Raya en el Agua
Edición:
Primera, 24 de noviembre de 2000.
El autógrafo de la autora:
1 comentario:
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