viernes, marzo 12, 2010

Río de sangre


Río de sangre es la exposición de obra gráfíca de Salvador López que fue inaugurada la tarde del jueves 11 en las instalaciones del Instituto de Investigaciones Histórico Sociales de la Universidad Veracruzana.

Se trata de una serie de obra de caballete que muestran el dolor humano. La sangre es vertida y corre sobre la tierra o dentro de ella. También es la sangre de la propia tierra al ir perdiendo parte de los seres vivos que la habitan, por la deforestación y la pérdida de fauna.

La paleta de Salvador López es abundante en los colores terrosos en contraste con el color de la sangre.

Abre la exposición un texto de Joaquín Gonzalez, del que cito:

... Un río al que fluyen todas las sangres del mundo. Las guerras de África, en Transcaucasia o en cualquier parte del planeta. Son en el fondo nuestras guerras, como también internacionales son "las de casa", patentizando un salvajismo compartido. Tan responsable es aquel que, por las razones que se quieran, se va a matar con (y contra) sus semejantes, como aquellos que consideran esos conflictos como algo lejano y ajeno. La guerra de un país o de un grupo, no es de ese país ni de ese grupo, es la guerra de todos, porque la sangre convertida en río es caudal de nuestra sangre.

Viendo la pintura de Salvador y leyendo lo escrito por Joaquín, las notas de la prensa y la televisión sobre la muerte en Iraq -donde algunos de los soldados muertos son de origen mexicano- y los jovenes asesinados en nuestra frontera, se entiende que esas guerras, la aparentemente lejana y la cercana, van haciendo más caudoloso el río. El río de sangre.







Salvador López

3 comentarios:

Clarice Baricco dijo...

No sabía de la expo. Me daré una vuelta.

Abrazos.

Mary Rogers dijo...

El dolor siempre motiva la creación... ¿catarsis? ¿denuncia? ambos y la necesidad que surge más allá de las razones.
cariños

Unknown dijo...

El Texto completo y mi agradecimiento total a Joaquín:

Un río de sangre
(de la necedad a la arrogancia)

Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir, escribía Jorge Manrique. Con la sangre ocurre algo parecido. Junto con el agua, es la esencia de la vida, el plasma que condiciona la existencia. Savia en el reino vegetal, sangre en el animal. Si de los seres humanos se trata es el común denominador que nos distingue, independientemente de nuestra condición social, económica, étnica y cultural. Pero al contrario del agua, en la que se navega, se bucea, se flota o se naufraga, la sangre recorre nuestros cuerpos, fluye y se recrea en nosotros mismos, somos sus contenedores, sin los cuales se derrama dando lugar a la muerte, a la nada.

La Historia, tal y como la hemos concebido, es la de la sangre vertida. Una historia siempre en guerra consigo misma. La sangre se asocia a la violencia, al crimen, a la venganza, pero pocas veces alude a su función vital de humanidad. No hay lugar en la Tierra, ni negocio, ni tratado de paz que no haya estado impregnado de sangre. Las grandes gestas, los actos heroicos, la justificación de los Estados, están cubiertos de sangre; sin ésta no hay mártires y sin éstos, no hay legitimidad civil ni religiosa. Nuestra arrogancia, nuestra pretendida supremacía, todo, tiende a convertirse en sangre derramada. La herida es el manantial de donde afloran los ríos de sangre, con sus voces de dolor y llanto. ¿Habrá algún día en que nuestra Historia, en vez de solarse con la guerra y el conflicto, se prime otra que revindique la paz, el encuentro de las culturas, los actos de amor, de creatividad y de convivencia?

Un río de sangre de Salvador López nos muestra una visión de esa perenne sangría humana. Un río al que fluyen todas las sangres del mundo. Las guerras en África, en Transcaucasia o en cualquier parte del planeta, son en el fondo nuestras guerras, como también internacionales son “las de casa”, patentizando un salvajismo compartido. Tan responsable es aquel que, por las razones que se quieran, se va a matar con (y contra) sus semejantes, como aquellos que consideran esos conflictos como algo lejano y ajeno. La guerra de un país o de un grupo no es de ese país ni de ese grupo, es la guerra de todos, porque la sangre convertida en río es caudal de nuestra sangre.

La obra de Salvador López nos lleva a reflexiones más profundas sobre las tragedias que, por los siglos de los siglos, nos han marcado y nos siguen lacerando cotidianamente.




Joaquín Martinez.
Varsovia. Agosto de 2009.